Hay que reírse de sí mismo y de la vida. No con el ánimo de burlarse ni de autocompasión plañidera, sino como un remedio, como un medicamento milagroso, que le mitigará a uno el dolor, le curará la depresión y le ayudará a poner en perspectiva la derrota aparentemente terrible del momento. Uno debe borrar la tensión y las preocupaciones riéndose de sus predicamentos, con lo que liberará su mente para pensar con claridad en la solución que seguramente llegará. Nunca hay que tomarse demasiado en serio.
Los días más desolados son aquellos en que no se ha oído el sonido de la risa. Una buena sonrisa es un rayo de sol en cualquier hogar, así es que no hay que dejar pase un día sin exteriorizar el lado feliz de uno, aunque esté luchando con el caos. Cada vez que sonríe, y más cuando ríe, se añaden momentos preciosos a la propia vida.

Hay que reírse del mundo. Y lo más importante, hay que reírse de uno mismo. Si en la farmacia de su preferencia se vendiera la risa, el doctor familiar le recetaría algo de risa al día. Es una forma mucho mejor de vivir
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