jueves, 17 de octubre de 2013

Los Límites del Liderazgo

Anoche me junté con un par de amigos y entre copas uno comentó que tenía ganas de matar a su jefe.
A mí no me impactó mayormente, pero a mi otro amigo sí.
¿Cómo se te ocurre decir algo así?
La respuesta fue inmediata: ¿nunca has pensado ni siquiera en matar a tu señora?
Risas…   Jamás.
Seguimos riendo y hablando de aquellos candidatos a quienes realmente nunca le haríamos daño… pero que en nuestras más oscuras fantasías sí.
Y me fui caminando para mi casa acordándome de aquel programa del Discovery Channel que tanto me impactó.
Sí, yo tenía unos 21 años y mi vida era un desastre (ya les va a quedar claro por qué).
Estaba en mi pieza, carreteando solo.  No quería ver a nadie y aunque siempre he sido malo para ver televisión, en ése momento no tenía ganas de hacer nada más y me quedé pegado con un documental sobre leones.
Todo iba bien en la manada africana, hasta que apareció la competencia.
Sí, los reyes fueron amenazados por la única amenaza real que tienen: otros leones… más fuertes, más jóvenes.
Tras una corta pelea -en que ningún león muere- los reyes abandonan su reino.
Pero lo terrible empieza recién aquí, pues la primera medida de los nuevos reyes es matar a los cachorros.. No perdonan.
Y las madres que quieren salvar a sus crías, huyen con ellas, al exilio y a una agonizante muerte.
En ése momento sentí un rayo.
Éste documental graficó mi sentir más profundo: me sentía como un león desplazado.
Y temía por mi cría.
Les explico.
A los 17 años fui padre y conocí el terror.
Sí, eso significa básicamente un miedo intenso.
O, para ser aún más específico, ganas de arrancar.
Gracias al apoyo de mi familia logré permanecer y por éso fui bendecido.
Lo confieso: ser padre salvó mi vida.
Y la transformó.
¿Qué es una transformación?   Un cambio irreversible.
Cuando se es padre no hay vuelta atrás… uno nunca más vuelve a “no padre”.
Éste ejemplo siempre lo doy en cursos de liderazgo. Cuando uno es jefe por primera vez -y te gusta-, no hay vuelta atrás.
Pese a las dificultades, a los desafíos y las malas noches, no hay nada más gratificante que ser padre.  O, en el mundo de las organizaciones, ser jefe.
Pero volvamos a la sábana africana.
Los leones después de matar a las crías de los reyes pasados, se aparean con las leonas.
Por decirlo de alguna manera, la segunda tarea del rey es asegurar la transmisión de sus genes. Y para éso es fundamental matar a las crías.
Tras la pena, las leonas vuelven a estar disponibles.. ¡Brutal!
¿Y qué pasa con los leones que perdieron su reino?  Exilio.
Probablemente morirán pronto y tal vez otros encuentren otra manada… aunque lo veo difícil.
Lo cierto, es que volviendo a mí, tras dos años de paternidad y una difícil relación de pareja, mi reinado terminó.
¿Y cuál era mi peor temor?
Perder a mi hija.
Sí, debo reconocer que me dolía que la relación de pareja no funcionara, pero estaba dispuesto a admitirlo.
Mal que mal, era consciente que a mis 17 años no era el rey de la selva.
Como cualquier animal que actúa por instinto, transgredí las normas, desafié a los verdaderos reyes, y aseguré la transmisión de mis genes.
Pero al tiempo llegó otro sujeto a la vida de la madre de mi hija.
Y sentí, como no recordaba haber sentido, una intensa pasión.
Sí, me sentía como en una teleserie venezolana.
Vivía un drama de pasiones y estaba dispuesto a hacer cualquier brutalidad… si le llegaba a pasar algo a mi hija.
Me invadió la irracionalidad, los celos y las más oscuras pasiones.
Pero el golpe final vino cuando la madre de mi hija me contó que estaba embarazada… del nuevo león.
Me quería morir y sentí, en ése punto, que mi corta vida llegaba a lo más bajo de sus posibilidades.
Y mientras veía como crecía la manada de la madre de mi hija, yo caminaba en el exilio.
Caminé tres años.. Bien perdido.
Hasta que la vida me dio una nueva oportunidad y hoy lidero una peculiar manada.
En mi casa convivimos mi señora, mi hija de 18 años y mis dos cachorros de 5 y 2 años.
A diferencia de los leones, parece que los humanos tenemos una segunda oportunidad.
En realidad, tenemos muchas oportunidades, pero no me que quiero desviar de la historia, porque a ésta altura me imagino que varios se preguntan para qué les cuento todo ésto, hacia donde voy y que tiene ésto que ver con el título de la canción: los límites del liderazgo.
Y es que… aunque estemos muy alejados del mundo animal, la naturaleza tiene mucho que enseñarnos sobre liderazgo.
Parece increíble, pero alguna vez por Trafalgar Square circularon leones y rinocerontes.
Sí, a metros de profundidad de una de las ciudades más cosmopolitas del mundo se han encontrado restos de éstos animales.
Pero más importante que éso, es que nosotros hemos perdido ésa convivencia que alguna vez tuvieron incluso los londineses con las fieras.
Hemos perdido mucha sabiduría, mucha información de la simple observación de animales y por éso no es raro que en mis sesiones de coaching muchas veces mis clientes me cuenten naturalmente historias sobre animales que vieron en extraordinarios documentales.
Pero otros, en vez de volver a lo elemental, a la observación de la realidad, de lo que pasa allá afuera, se enamoran de sofisticadas y complejas teorías, o de absurdos manuales donde les enseñan a hacer bien las cosas para ser exitosos en el reino de Mickey Mouse.
Insisto: las cosas son mucho más sencillas y se pueden transformar en brutales si no tomamos consciencia.
Porque la violencia es humana, no animal.
Nunca he visto un documental donde un león torture a una zebra o donde un leopardo mate por deporte.
El problema que yo veo en muchos de mis clientes es que no son conscientes de sus emociones, de sus pasiones, por lo que son ciegos ante los límites y los peligros.
Han perdido el instinto.
Vuelvo a insistir: yo salí muy mal herido de la experiencia que les conté, pero sobreviví -emocionalmente-, aprendí y empecé a vivir. Tomé consciencia de que soy un ser emocional y de que las emociones, si las escuchas, te guían. Es tu instinto.
Y si no las escuchas, se acumulan y tarde o temprano explotan o implotan
En definitiva: ¿Qué aprendí de mi experiencia? ¿De mi corto reinado?
Dos cosas.
Lo primero, es que independiente del animal que seamos, somos seres limitados.
Si tienen la suerte de llegar a ser leones, disfrútenlo, pues su tiempo es corto.
Los altos cargos -generalmente- no son vitalicios (aunque en Chile tengamos excepciones que confirman la regla); en algún momento va a llegar otro competidor con mejores condiciones.
Y debemos estar atentos para competir o para dar el paso al lado.
Lo segundo es que la principal misión del líder es proteger su manada y asegurar la transmisión de sus genes.
¿Por qué sus genes?
Por que son los más fuertes y aseguran que las nuevas generaciones sean fuertes.
Análogamente un buen líder hace lo mismo; proteger a las personas que trabajan con él y asegurar que los más altos valores de la empresa se perpetúen en el tiempo.
Así de simple.
Pero sobretodo, no olvidar que así como en la sabana africana los leones no tienen la vida garantizada, en el mundo laboral nosotros tampoco.
Esto no significa alentar una competencia salvaje ni mucho menos.
No me olvido que somos seres humanos y que vivimos en una realidad llena de normas y acuerdos para garantizar nuestra convivencia.
Nunca maté a nadie ni nadie atacó a mi cría, pues si bien las pasiones son reales, hay valores que son más importantes, como el respeto a la vida, a los otros y un larguísimo etc.
A donde voy con éstas historias es que hay personas que han sido sobre-educadas.
Personas sin instintos, inconscientes de sus emociones, sin pasiones, que temen o rehuyen el liderazgo porque niegan la realidad: el liderazgo es limitado.
En nuestras fantasías podemos creer que vamos a ser grandes líderes, buenos jefes o extraordinarios gerentes sin haber luchado, sin haber sufrido o competido.
Y ése es el gran engaño.
Hay historias tan sobresalientes sobre líderes que casi sin esfuerzo han llegado a lo más alto, que muchos se sientan a esperar que les caiga una oportunidad similar.
En mi pequeña realidad, tengo muchos clientes atrapados en la comodidad, en la fantasía y en las buenas intenciones.
Clientes críticos del salvaje mercado, del injusto sistema laboral o del humillante camino que ellos… no van a recorrer.
Entonces, más que comprarse libros sobre liderazgo o tomar el curso número 26, lo que tienen que hacer éstos animales domésticos es tomar voluntariamente una difícil decisión: el exilio.
Sí, tienen que salir de la comodidad de sus casas, del empleo mediocre o de la realidad asfixiante y actuar.
No tomar más sesiones de coaching o terapia y simplemente entrar a nuestra jungla humana.
Sí, da miedo, sobretodo cuando somos los leones de nuestro living, de nuestras ensoñaciones o delirios.
Afuera, aunque no nos guste, vamos a ser un pobre gato.
Pero ése gato, por chico y flaco que esté, tiene la posibilidad de aprender a cazar.
Y si se transforma en un buen cazador no hay vuelta atrás, nunca más va a querer volver a la domesticación.
Y ése gato asustadizo puede que forme su manada, que sus genes se transmitan y le enseñe a las próximas generaciones la importancia de dejar la comodidad para salir al mundo.
La invitación -para éstos tigres de chalet- es a no darle más vueltas.  Hay que actuar.
La acción es lo único que puede transformarnos.
Lo demás es poesía.

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