martes, 5 de octubre de 2010

Cortesía multidireccional

Los hijos deben mostrar respeto por sus padres... de lo contrario recibirán una reprimenda. Los empleados deben ser serviciales con sus jefes... de lo contrario podrían perder sus empleos. Los vendedores deben mostrarse cordiales con sus clientes... de lo contrario no lograrían sus comisiones.

Sin embargo, no se insiste tanto en que los padres sean corteses con sus hijos, los jefes sean cordiales con sus empleados... o que los clientes lo sean con quienes les brindan servicio. ¿Por qué practicamos una "cortesía ascendente", dirigida únicamente a quienes están "por encima" de nosotros? ¿Deberíamos utilizar el respeto y la cordialidad sólo por temor, obediencia -o por interés personal- ante quien tiene el poder para darnos o quitarnos algo?

A todos nos disgusta ver surgir algún contratiempo en nuestra rutina. Si acostumbramos a tomar el café cargado y bien caliente, pero nos lo sirven suave y tibio, nuestra respuesta inmediata es llamar y quejarnos por la mala atención. Incluso conocí personas que tienen la costumbre de devolver el primer plato en los restaurantes y se dirigen a los gritos reclamando un mejor servicio. Siempre pensé que, consciente o inconscientemente, estas personas buscan atraer la atención como reconocimiento de su propia importancia. Gozan con la idea de mostrarse disconformes y exigentes, refugiándose en la idea de que el mundo está a su disposición.

Estas personas piensan que una actitud cínica es índice de autoridad y poder. Así, maltratan a otros sólo para satisfacer su ego o para gozar de la breve excitación que esto les produce. Pero, ¿qué obtienen con su egoísmo? ¿Qué ganan con ofender a otra persona?

Por lo general, el efecto es contraproducente: los demás les señalan como personas groseras y carentes de educación. Su vanidad personal les impide adaptarse y tener la posibilidad de relacionarse positivamente con su interlocutor. Todo esfuerzo por darse importancia disminuyendo la importancia de los demás siempre fracasa.

Nuestra actitud hacia las personas es la influencia más poderosa que podemos ejercer, para controlar sus actitudes hacia nosotros. Nosotros somos responsables del trato que recibimos. El "arte de tratar bien" demuestra en sí mismo la sabiduría, el dominio y la confianza de quien lo practica. Reconociendo la importancia de otro ser humano, afirmamos nuestra propia importancia, hacemos valer nuestros derechos y obtenemos aquello que pedimos... o más.

El cliente que muestra consideración por las personas que están a su servicio, siempre consigue aquello que necesita. El vendedor prestará servicio a un cliente -por más arrogante o despótico que éste sea- porque es su deber. Pero, frente a un cliente amable o considerado, se esforzará por darle lo mejor: lo hará con placer y no sólo por deber.

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