viernes, 15 de octubre de 2010

Sin temor a equivocarse

El otro día me tocó escuchar esta conversación en una fiesta de niños: "Déjalo que corra, que se ensucie, que juegue con los otros niños", insiste la abuela a su hija. La joven mamá responde: "No. Si se cae, no puedo salir disparada para levantarlo. Además, los otros niños son más grandes". Entonces la abuela se acerca a su hija y le dice, casi como un secreto: "Aprender a levantarse, defenderse y superar la caída por sí mismo, son las mejores herramientas que le puedes dar a tu hijo para el futuro. No le niegues esa posibilidad".
Historias como ésta ocurren a diario, y no sólo a las madres jóvenes. Para muchas personas, las fallas son vistas como una humillación o una vergüenza de la que no pueden reponerse. Sin embargo, abrazar nuestros errores hace más sencillo el aprendizaje, pues nos acercan poco a poco hacia el resultado que queremos.
Las fallas son oportunidades de oro para quien desee comprender cuál es el sentido de la vida. No hay que temer equivocarse. Bien dicen que si no estás cometiendo suficientes errores, quizás no estás tomando suficientes riesgos para llegar a donde quieres llegar.
Al respecto, recuerdo que hace algunos meses leí en la revista Real Simple un artículo que mencionaba los errores que todo el mundo debería cometer, cuando menos una vez en la vida. Aquí los comparto y les agrego detalles de mi cosecha:
1. Hacer el ridículo
. Conozco algunas personas que no tienen sentido del ridículo; a veces meten la pata, pero casi siempre se salen con la suya. Al final del día no sólo han aprendido una lección, también tienen una historia muy graciosa que contarle a la gente. Quien teme hacer el ridículo, en cambio, se pierde de una de las mejores enseñanzas de la vida: ser suficientemente humilde como para reírse de sí mismo.
2. Amar a la persona equivocada
. La vida es tan generosa que siempre nos envía a un maestro del tamaño de la lección que tenemos que aprender. Si una historia de dolor (traición, mentira, violencia, abandono) se repite, es que no aprendimos nada de la relación anterior; hay que hacer que cada lágrima valga la pena.
3. Opinar demasiado
. Sentarse hasta atrás del salón y no abrir la boca nos mantiene en una zona de confort y nos ahorra saliva, pero nada más. Tomar el riesgo de dar nuestra opinión, de proponer o tomar una postura, aunque después nos demos cuenta que estábamos equivocados, nos permite aprender de nuestras reacciones y conocer a los demás.
4. Dejarse llevar por la corriente
. Probar looks, actitudes y tendencias no siempre significa imitar un estereotipo sólo por encajar. En el fondo, hay una búsqueda y esa es la primera lección. Uno puede acomodarse en algo que está probado y funciona, pero la curiosidad -signo inconfundible de la vitalidad interior- termina llevándonos hacia donde quiere ir el corazón. Hay que perder el miedo a equivocar el rumbo por seguir una corriente; la experiencia nos hará saber, tarde o temprano, que estamos listos para adoptar o crear un modo de vida que vaya de acuerdo a nuestra esencia.
5. Ponerse en situaciones límite. 
¿Por qué nos colocamos en una situación de riesgo? Cada quien tendrá sus motivos y podrá analizarlos una vez pasado el susto de la experiencia; sin duda, las situaciones límite son una oportunidad de ser más conscientes. Sobrevivir, renacer, salir raspado pero vivo, nos orilla a pensar en el valor de la vida. Además, en una situación crítica nos damos cuenta de qué estamos hechos, con quién podemos contar y a quién no queremos volver a ver. Pero la lección más grande en estas circunstancias es la certeza de que somos más fuertes de lo que pensamos.
¿Qué otros errores crees que debemos cometer, cuando menos, una vez en la vida?

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