martes, 23 de noviembre de 2010

Valores de la infancia... que perdemos

Para los pequeños de este jardín de infantes, hoy era un día muy importante: La maestra les había dicho que trabajarían como autores. Si... jugarían a ser autores y compondrían un cuento.

La primera reacción de los chicos fue la sorpresa: ”...Yo no se escribir”, dijo tímidamente Ana. Por supuesto que la maestra sabía que ninguno sabía escribir y que tan sólo algunos, eran capaces de diferenciar letras, símbolos y números. “...No necesitamos saber escribir para este juego, ya que cada uno de ustedes armará su cuento como quiera. Pueden utilizar papeles, periódicos, revistas, plastimasa, títeres y muñecos”, dijo ella.

La sonrisa de los niños fue general, si bien la propuesta no era del todo clara para ellos, no pusieron ninguna resistencia. Volaron papeles, sus manos se llenaron de pegamento, cambiaron la ropa de los muñecos y hasta uno salió al patio a buscar hojas secas. Después de un tiempo, cada uno a su turno relató su cuento.

La respuesta de los niños fue sorprendente: todos pudieron armar una historia. Lo más llamativo, fue que cada uno parecía estar completamente seguro y confiado de que aquellos "collages" decían exactamente lo que querían. "...Todos se fueron al parque....No, no!, eso lo dice acá abajo, primero compraron un globo” contaba Bruno. “...Mi cuento tiene muchas letras porque es muy largo y muchos dibujos porque es de un nene que dibuja muy bien” anticipó Alicia.

Los niños pequeños tienen confianza en si mismos de manera natural, incluso frente a desventajas insuperables y fracasos repetidos. En este caso, el no conocer el alfabeto, podría haber sido considerado como un impedimento para armar y relatar un cuento, sin embargo resultó lo contrario. El juego les permitió hacer “como si” conocieran las letras, armar una historia y llenar de significado sus producciones. La seguridad con la que contaban sus cuentos reflejaba el empeño y dedicación con el que habían trabajado. La maestra nos cuenta que fue un momento casi mágico, donde letras y símbolos dejaron de tener su valor convencional para convertirse en lo que los niños deseaban.

Persistencia, optimismo, automotivación, entusiasmo, adaptación, son cualidades demostradas por casi todos los niños menores de 6 años. Hasta esa edad los niños mantienen expectativas elevadas de éxito frente a toda propuesta, aún en aquellos casos en que se produzca un desempeño deficiente en los primeros intentos. “Yo puedo...o ya me saldrá”, parecen decir los niños en cada uno de sus intentos.

Ahora, ¿Qué pasa con este carácter positivo y optimista?, ¿Por qué termina perdiéndose? Esto generalmente sucede con el ingreso a la escolaridad. A partir del primer año de escuela, los niños deben responder a cánones preestablecidos: se espera de ellos determinada cantidad de aprendizaje para fin de año y, si no responden a ciertas expectativas, repiten el grado. Es justamente este pasaje lento pero continuo hacia la vida adulta, con responsabilidades y obligaciones, lo que hace perder a nuestros niños esa capacidad de volar y crear sin límites.

Así vemos como la escolarización, además de alfabetizar; educar; transmitir cultura; valores y aportar una ayuda invaluable en el desarrollo intelectual, físico y emocional de nuestros hijos, los va convirtiendo en lo que generalmente somos los adultos: personas pesimistas, desconfiadas e inseguras.
¿Qué hacer entonces?

Lo primero es saber que nosotros, los adultos, podemos hacer mucho en favor de los niños. Podemos lograr que cualidades tan valoradas hoy en día como la persistencia, el entusiasmo, la automotivación y el optimismo sean características de nuestros hijos a lo largo de toda su vida.

La clave está en no trasladar los cánones propios de la adultez a todos los ámbitos de la vida infantil. El trabajo escolar debe ser “el esperado” para poder avanzar en la gradualidad del sistema. Ahora, trasladar estas exigencias a todo lo que los niños hacen es un fuerte error.

“...Este dibujo no esá bien, al hombre le faltan las manos” (como si el dibujo debiera ser una fotografía), “... A ver si te portas como un nene grande” (gran incoherencia: si es nene, no es grande) “...Deja la escoba en su lugar, tienes un montón de juguetes hermosos y juegas con una escoba sucia” (como si jugar con la escoba no pudiera ser interesante). Este tipo de conductas y comentarios no hacen otra cosa que coartar la imaginación y acelerar desproporcionalmente el proceso de crecimiento.

Es justamente una infancia sana, valorada como tal y respetada, la base de futuros hombres seguros y persistentes. Acelerar el proceso de maduración y exigir a nuestros niños comportarse como adultos, podría causar la perdida total de aquellos valores de la infancia, que tanto necesitamos como adultos: Persistencia, optimismo, seguridad y entusiasmo.

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