sábado, 12 de mayo de 2012

El Privilegio de pocos, desgracia de muchos


¿Cuántas veces te haz cuestionado: ¿por qué me pasa esto a mí?, ¿por qué vivo constantemente en medio de una tormenta?, ¿por qué no puedo ser feliz?, ¿por qué no logro todo lo que quiero?... ¿por qué? ... ¿por qué? .... ¿por qué?... Tal vez estos cuestionamientos surgieron por vez primera en la adolescencia, en esta etapa donde nadie nos comprende, sentimos que a nadie importamos y, sobretodo, hay demasiado ruido interior.

Al pasar la vida y no encontrar respuestas satisfactorias a esos por qués, buscando siempre estas respuestas fuera de nosotros, pero aún, nos enfrentamos a citaciones todavía más adversas y llega una etapa de nuestras vidas en la que creemos que la vida es así y que hemos obtenido lo que los demás nos permitieron obtener, porque pusimos nuestra felicidad en sus manos.

Te sientes solo, y crees que debes contárselo a alguien para que te ayude, entonces buscas a tus amigos cercanos y les platicas tus frustraciones y desesperanzas, cayendo en la trampa de la víctima, sólo consigues lo que quieres: que te digan “pobre de ti, has sufrido mucho”. O bien, un terrible silencio donde respiras un aire de inferioridad al escuchar: “no es para tanto, estás haciendo una tormenta en un vaso de agua, porque cuando a mí me pasó algo similar... yo hice.....y de inmediato solucioné mi problema, yo no sé porqué tu no puedes”. Y ante estos comentarios bien intencionados de tus amigos, lo único que ocurre es que te sientas un tonto porque no has podido salir del hoyo, y te dicen que es fácil que no lo has hecho bien. Por otro lado, te sientes solo, que nadie te entiende porque nadie siente lo que tu sientes y caes de nuevo en la trampa de la víctima haciéndote una promesa limitante: “yo no merezco ser feliz”.

Cuando te sientes derrotado, deprimido, fracasado y peor aún, incapaz de tomar el control de tu vida, se te presentan como siempre: dos sopas: 1) creer firmemente que naciste para ser infeliz y resignarte o 2) comenzarle a encontrarle un sentido a todo lo que te pasa.

Cuando te decides por la sopa número 1, te amargas, eres la víctima eterna y haces de tu vida y de las de quienes te rodean, un mar de aflicciones.
Cuando tomas la sopa número 2, comienzas a ir a grupos de ayuda, tomas cursos, comienzas a leer y te vas dando cuenta de que no eres el único en este mundo que ha pasado por una situación angustiante y de la cual no ves la salida.

Conoces a gente con experiencias similares y te sientes un poco reconfortado, lo peor viene cuando te enteras que si le pones empeño a solucionar tus problemas vas a lograr todo lo que te propones porque ¡TU PUEDES! Yesss!, se abre una luz en la oscuridad. Tal vez comiences a ir a una iglesia, tal comiences por alimentar tu mente de pensamientos positivos, te repitas afirmaciones o decretos como 400 veces al día (porque eso dicen los que saben), o te levantes a las 5 de la mañana a meditar, o cambies tu alimentación, o hagas ejercicio, o tomes clases de yoga.... de pronto surge la magia.... te sientes muy bien. Pero, después de una o dos semanas, comienzas a dudar si lo que estás haciendo está bien. De inicio nada cambia, tu has decidido cambiar pero tu ambiente sigue exactamente igual o tal vez peor porque los que te rodean solo te critican y están pendientes de a qué horas te vas a equivocar. Pero ya no estás dispuesto a seguir viviendo así, ¡esto no es vida! Caes de nuevo en el hoyo porque como has hecho muchos cambios, ya esperas que algo pase... y no pasa nada de lo que tu esperas. Es más, no percibes los pequeños cambios que están generando en tu ambiente porque tu esperas el efecto de una bomba nuclear.

“¡Pobre de mí, esta vida mejor que se acabe!” Y regresas a tus viejos hábitos. ¿Levantarme temprano? ¿Para qué? ¡Que flojera! ¿Hacer ejercicio? ¿Meditar? ¡No logro meditar!...  Y así deprimido, regresas a tus viejos hábitos, estás peor que nunca y sobretodo te culpas por haber creído en esas tonterías del cambio que no sirven para nada.

Te olvidas por completo que la felicidad no es un destino, es el camino mismo, de que lo único real en tu vida es el momento presente, pero no lo aprecias, porque vives del pasado, añorando un mejor futuro, te conviertes en un zombie, todo olvidas, solo criticas a quienes te rodean, en otras palabras: te esfumas de tu presente.

Veamos, ¿quién tiene la culpa? Mi pareja, porque nunca me comprende, nunca me da lo que yo quiero. ¡Mis hijos!, porque no me permiten tiempo para pensar, me ahogan con sus demandas y no me dejan vivir mi vida. O mis familiares porque me cuestionan demasiado y me hacen dudar. O el calor que no me permite concentrarme en mis pensamientos. O el vecino porque no me deja dormir. O mi economía porque nunca tengo suficiente para todo lo que quiero... ¿quien más?

De pronto, caes en un torbellino sin salida, tus sueños se hacen añicos, ya no crees en nada. Y la magia comienza a manifestarse. Conoces personas hermosas que te dan una palabra de consuelo, que te hacen reír, que te invitan a un curso, que te regalan justo lo que necesitas en el momento: un libro, una flor, una bendición. A esas personas solemos llamarles ángeles, porque aparecen a tu lado, todos tenemos ángeles en las diferentes etapas de nuestras vidas.

Y cuando platicas con esos ángeles, te das cuenta de que ellos también la han pasado mal, que su vida no ha sido fácil pero que lograron llegar a donde se lo propusieran pasara lo que pasara y aquí están , a un lado tuyo. Luego entonces te das cuenta de las bendiciones tan grandes que has recibido de Dios, y que gracias a todo lo que has vivido, ahora ves la vida desde otra perspectiva, te sientes más completo, más seguro y más libre, y eso te identifica con esos ángeles que llegan a tu vida. Entonces, tu vida ha sido todo un privilegio y no una desgracia eterna como creías. Pero esa verdad sólo pocos la conocemos, porque nos hemos permitido tocar fondo, sin resistirnos y luego ha llegado la luz a nuestras vidas, porque así lo hemos decidido, viviendo intensamente cada momento del presente, olvidando para siempre el pasado y dejándonos llevar por la tranquilidad de la incertidumbre, basada en una confianza plena en que Dios existe y con El a tu lado, nada te falta.

La felicidad es una decisión personal, aquí y ahora... sólo así es real. Atrévete a ser feliz ahora, donde estás, con lo que tienes y con quienes estés... vale mucho la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario