martes, 1 de mayo de 2012

Nuestro maestro, el cuerpo


El cuerpo se autorregula en su totalidad. Tiene miles de canales de retroalimentación y ésta se realiza instantáneamente. El cuerpo contiene más información que todas las bibliotecas del mundo, porque codifica, en su estructura y sus genes, experiencias de evolución que se remontan hacia el primer organismo viviente.  A nivel microscópico y submicroscópico, almacena muchísima información en cristales, moléculas complejas y simples, átomos pesados y livianos, partículas ionizadas y cuantos de energía pura que nos vinculan con el nacimiento del universo, momento en que surgieron tiempo y espacio. Al deshabitar nuestros cuerpos, al escindir el intelecto de la carne, ese enorme caudal de información se nos vuelve inaccesible. Cuando lo volvemos a habitar y aprendemos a entender sus mensajes, ganamos acceso al tesoro del conocimiento.

Un obstáculo para el conocimiento corporal es delegar excesivamente en la vista. Las imágenes del ambiente son ricas en información, pero de la misma manera que la vista informa, también confunde. En su nivel fundamental, el universo no es una lente sino una entidad interrelacionada.

Alfred North Whitehead es uno de los escasos pensadores occidentales que han reconocido la importancia del cuerpo en la percepción: “Los filósofos han desdeñado la información obtenida por las percepciones viscerales y se han concentrado en las visuales”. En ocasiones, podemos aprender más del universo en la oscuridad que a plena luz. En la oscuridad los horizontes se disuelven; el tiempo se vuelve fluido; el espacio, indefinido. La persona se experimenta a sí misma como una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. En muchos ejercicios de consciencia alterada, la primera consigna es: cierra los ojos.

En los grupos de entrenamiento energético pudimos observar que las personas que caminaban con los ojos cerrados sentían el salón como un espacio sin límites, donde pudieron efectuar viajes simbólicos, vivir aventuras y buscar nuevas visiones.

Hay otra forma de mirar (la llamamos “ojos borrosos”) que da acceso a conocimiento a través del cuerpo. Consiste en no tratar de captar con los ojos, sino dejar entrar el mundo por ellos. Los ojos permanecen abiertos sin enfocar nada en particular. Con este tipo de mirada aumenta la visión periférica, los colores son más vividos y se intensifica la capacidad de ver relaciones entre los objetos.

Al medir las ondas cerebrales observamos que con “ojos borrosos” el hemisferio izquierdo (verbal y racional) cede dominancia al derecho (intuitivo y reconocedor de pautas).

Para centrarnos en el cuerpo, podemos comenzar por cerrar los ojos, poner mirada borrosa o situarnos en la oscuridad. Lo importante es asumir que los movimientos corporales nos pueden informar, que hay sabiduría en nuestro cuerpo. Einstein explicó que algunas de sus teorías más importantes partieron de sensaciones musculares. El conocimiento corporal puede mejorar la memoria, la solución creativa de problemas, las relaciones humanas y todos los aspectos de la vida.

También requiere una cierta humildad. Nuestra cultura ha enfatizado el dominio del cuerpo, pues es obvio que hace falta una práctica disciplinada en algunos deportes y artes corporales. Pero, aunque uno tenga cierta maestría en el dominio de su cuerpo, para superar la vulgaridad es crucial aproximarse al cuerpo con visión de alumno y no de maestro. La humildad al atender las instrucciones que nos da el maestro que llevamos dentro nos permite seguir sus consejos. Esto no es privativo para aquellos que quieren llegar a ser grandes bailarines o atletas. El cuerpo ofrece orientación en todo lo que sea humano. Algo realmente cierto en el campo erótico.

Por ejemplo, uno de los fraudes más patentes consiste en creer que el éxtasis proviene de forzar el cuerpo hasta adquirir una amplia variedad de posiciones exóticas. Está bien saber que tal variedad es posible, pero para lograr el placer real hay que dejar de lado el dominio mental y sus imágenes focalizadas. Algunas posiciones pueden desencadenar sensaciones eróticas, pero es significativo que el proceso de excitación ocasiona una “mirada borrosa” progresiva y a menudo nos conduce a un estado en el que la vista no hace falta. Las posiciones preconcebidas de los manuales de “sexo” sirven esencialmente para ver lo limitada que es la propia palabra “sexo”. Lo que Whitehead llama sensaciones viscerales son aquellas que existen en el momento, espontáneamente, deshilvanadas, no lineales e infinitamente creativas. Las manipulaciones son imposibles. El “cuerpo como maestro” hace hincapié en la relación yo-tú.

Sorprende la habilidad del cuerpo para encontrar la conexión y armonía con otro cuerpo. Existe un método de William F. Condón que analiza los micro movimientos corporales, invisibles a los ojos de quien habla y del que escucha: cada sílaba pronunciada y oída va acompañada de una danza sutil. Otros estudios sugieren que algo tan simple como leer en voz alta en grupo puede lograr una sincronía en la respiración, los latidos y aun las ondas cerebrales de las personas reunidas. Pero los cuerpos pueden fundirse a niveles más profundos que el del pensamiento.

El encuentro erótico ofrece infinitas oportunidades para esta conexión pre-verbal.Para sintonizar con el cuerpo de otro hay que comenzar sintonizando con el propio, prestar atención a los mensajes internos. Los mensajes corporales pasarán libremente entre ambos y el milagro de la sincronización podrá ocurrir. Los verdaderos amantes saben pedir con claridad lo que desean, sin exigir que sus requerimientos sean obligatoriamente satisfechos, y saben expresar también con claridad lo que sienten.Cuando manda el ritmo del amor, las palabras son superfluas: dos cuerpos en comunión no necesitan manual de instrucciones. Manos y labios saben dónde ir y cuándo, no hacen falta estrategias ni tácticas. Cada movimiento, cada sensación, son nuevos. La configuración física del acto puede parecer familiar, pero las variedades son infinitas. En este aspecto todos somos un genio creativo en potencia, un Mozart del amor.

Cuando el cuerpo es el maestro, la “impotencia” y la “frigidez” se ven bajo una nueva óptica. Dejan de ser enfermedades que requieren curación y se convierten en mensajes que piden atención. Es cierto que existen disfunciones genitales causadas por trastornos fisiológicos y algunos casos de impotencia y frigidez profundamente arraigados que requieren asistencia médica o de un terapeuta sexual. Pero en la mayor parte de los casos se trata de señales del cuerpo informando que esa relación sexual, en ese momento, lugar y condiciones, es inapropiada.

Muchas veces los genitales son forzados a hablar en lugar de algún resentimiento inexpresado u otro dato retenido. Las técnicas que pretenden forzar la genitalidad, obligarla a obrar contra su propio juicio, no son más que un alivio temporal. Como ocurre cuando se utilizan fármacos, a largo plazo la situación empeorará. Ignorar o contradecir al maestro que llevamos dentro llegará a embotar las emociones, impedirá el flujo de los sentimientos y creará corazas corporales y psíquicas.

No conviene forzar al cuerpo contra su voluntad ni quedarse fijado en la idea de que algo falla. El “maestro interno” no es un ideólogo; su mensaje es sabio y puede responder en un instante.

El “amor a primera vista” puede resultar moralmente incorrecto, o un fracaso en la práctica, pero no es un hecho trivial, Esta atracción no es condición suficiente para una relación exitosa a largo plazo, pero es condición necesaria. Ignorar esta profunda resonancia en favor de alguna idea, imagen o “película” personal es restar valor a la creatividad de la que se alimenta la vida.

“Fue como una tormenta”, “Me robó el corazón”, “Es más grande que nosotros mismos”: todas frases hechas aplicables al enamoramiento profundo. Fuimos enseñados a defendernos de la pasión romántica, e incluso a ridiculizarla. Después de todo, alguien podía resultar lastimado. El sexo por diversión es más seguro. Para la mentalidad que va a lo seguro, la vida debería carecer de riesgos, todo peligro debería minimizarse. En el ámbito erótico, esta mentalidad produce un comercio curioso: al liberarse de ese modo la libido, se reprime el amor comprometido y apasionado.

Pero lo reprimido no está enterrado. Aunque ignorado, el deseo de compromiso está allí, en el cuerpo. Si nos hemos olvidado de él, si no recibimos el mensaje directo y claro, nos llega por otros medios: acorazamiento muscular, nerviosismo, ansiedad y enfermedades inexplicables. El deseo de no arriesgarnos a la pérdida y dolor nos conduce a otra pérdida y dolor.

Por mi parte, elijo comprometerme y apasionarme, conociendo los riesgos, aceptando el dolor. Tras algunos años, mi cuerpo me ha mostrado que algunos dogmas de la revolución sexual son enormes mentiras: el amor sin celos, el placer sensual sin consecuencias, la diversión sin creación. Ahora sé que, sin la posibilidad de derrota, ninguna victoria puede ser completa; sin la posibilidad de la tragedia, ningún amor puede ser rico y vivo. Ahora comprendo el nudo en la garganta en el momento de la entrega, el vestigio de tristeza en el clímax del orgasmo, las lágrimas inesperadas en un casamiento. Para amantes totalmente comprometidos, la sensación de tragedia es un valioso regalo.

“Hasta que la muerte nos separe” es la frase clave en casi todas las ceremonias de compromiso. En ella se encuentra la enseñanza última del cuerpo, que lleva impresa en todos sus genes: todos vamos a morir. La verdad es clara. El mismo cuerpo que me ha abierto el universo del tiempo y espacio, cerrará también esa abertura. Este cuerpo que me ha unido a mi amor, cortará esa particular relación.

Tal vez existan otras aberturas, otras conexiones. “Para siempre” puede implicar nuevas exploraciones.

Pero esto no suaviza la tragedia. En este nivel de existencia debo perder lo que más quiero. ¿Debería entonces amar menos? La forma en que respondo a esta pregunta, no sólo verbalmente sino al nivel más profundo de mi existencia, determina la calidad de mi amor.

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