sábado, 20 de octubre de 2012

Estimándose mejor


Cuando los padres quieren que sus hijos reaccionen como ellos desean, suelen comportarse de maneras particulares. Estas maneras pueden ser:
Mártires: controlan al niño haciéndolo responsable de su sufrimiento y culpable por todo lo que pueda querer o hacer que no le caiga bien a estos mártires, a quienes nada les viene bien, y recurren a las quejas, los reproches, las lagrima, las amenazas de que les va a dar una ataque, etcétera.
  • ¿Ves cómo me sacrifico por ti y no te importa? 
  • ¿Dejé todo para criarte y me lo pagas haciendo eso? 
  • ¿En qué nos equivocamos que nos haces estas cosas?
Dictadores: controlan al niño o a la niña atemorizándolos cuando hacen algo no autorizado, son estrictos y amenazantes para que obedezcan y todo los enfurece. Condenando de manera inapelable al niño, con burlas, gritos, despliegue de poder y dominación.
  • ¿Cómo puedes ser tan estúpido/a, cómo no te das cuenta de las cosas? 
  • ¡Te avisé y ahora vas a ver lo que te pasa por no obedecer! 
  • Yo no tengo que darte explicaciones, lo haces porque te lo ordeno y punto.
A veces estos roles (mártir y dictador) se combinan, se alternan y agregan más confusión a los niños porque también van acompañados con demandas o manifestaciones de cariño. Y si un hijo llega a quejarse, a llorar o a reclamar por el trato que recibe puede volver a ser juzgado, culpado y descalificado.
Según se hayan comunicado nuestros padres con nosotros así van a ser los ingredientes que se incorporen a nuestra personalidad, nuestra conducta, nuestra manera de juzgarnos y de relacionarlos con los demás.
Esas voces quedan resonando dentro de nosotros toda la vida. Por eso hay que aprender a reconocerlas y anular su poder para que no nos sigan haciendo sufrir, para liberarnos de esos mandatos distorsionados y para no volver a repetírselos a nuestros hijos e hijas.
Ninguna forma de maltrato es educativa y ningún mensaje o comunicación que culpabiliza, critica, acusa, insulta o reprocha es un buen estímulo para nadie. Y menos en la infancia, cuando no hay posibilidades de defenderse, protegerse o entender que es la impotencia y el desconocimiento de otras formas de trato lo que lleva a los padres y madres a asumir ese papel de mártir o de dictador.
Lo primero que hay que entender es que no podemos hacernos cargo toda la vida de los problemas que amargaron o hicieron de nuestros padres y madres personas mártires o dictadoras. Basta con empezar a investigar de qué manera nos afectaron esas actitudes, para comenzar a liberarnos de sus efectos y no repetir nada de esto con los propios hijos e hijas, con nuestros alumnos, con cualquiera de nuestros niños o niñas que puedan estar a nuestro cuidado.

Sanando la autoestima

"Para comenzar a ejercitase en desaprender lo negativo que nos inculcaron, y sanar a ese niño/a que quedó escondido y herido en nosotros, podemos ir reemplazando las viejas ideas que construimos por otras. Repetir estas afirmaciones con frecuencia es manera de comunicarnos con nosotros mismos, de ayudarnos a adquirir seguridad y tener presentes nuestros derechos:
  • Realizo mis elecciones y acciones con responsabilidad y sin temor. 
  • Sólo yo decido el modo como utilizo mi tiempo, pongo límites a quienes no respetan esto, hago acuerdos para combinar mi tiempo con el de otros sin someterme. 
  • Me aplico a mi trabajo con responsabilidad pero, si algo no va bien, no es porque yo sea un fracaso sino que todavía tengo que aprender más. 
  • Me hago responsable del modo como trato a los demás y evito repetir lo que a mí me hizo sufrir. 
  • Tengo confianza en poder resolver lo mejor posible cualquier situación. 
  • Aprendo a comunicar mis sentimientos y respeto los de otros. 
  • Cambio mis opiniones sin temor si me doy cuenta que no eran correctas. 
  • Soy una persona valiosa, capaz, creativa y estoy abierta para cambiar todos los aspectos de mi vida. 
Si una persona tiende a valorarse de esta manera se trasforma en el guía de su propia vida y está protegida de sentir culpas irracionales, de creerse incapaz, mala o inútil, de tener que complacer para ser aceptada.

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