viernes, 23 de agosto de 2013

EL HOMBRE FELIZ

Nadie pondrá en duda que se puede vivir en conflicto permanente con el entorno y más que nada con el prójimo. Por desgracia, si nos falta el prójimo arremetemos contra nosotros mismos. Siempre en pro de una felicidad perdida, el cómo ser feliz.

El hombre busca la felicidad; y me he referido a esto al principio, comparando el concepto con la experiencia. Sin embargo, siendo la experiencia subjetiva, el hombre tiene dificultades para hallar una que le satisfaga de verdad, de manera que la concibe dándole un sentido de progreso. Esta es la característica principal del hombre civilizado, que a la larga concluye en que el término «sapiens» se revierta en el de «imbecillis». Sin embargo hay que entender bien la voz en latín, pues imbecillis viene a significar débil, a pesar de que el término se use en el lenguaje ordinario de un modo muy distinto.

Lamentablemente el hombre es felizmente débil e ignorante de su esencialidad. El Sol tiene la suya: «ser indispensable para la vida». Aun con todo, lo incomprensible es que eso sea justamente así y que parezca que Dios sepa que ha de ser así.
La esencialidad del hombre consiste en formar parte de la vida, pero a fin de no ver y hacer las cosas difíciles, muere sin estar consciente de haber vivido. ¿Es que hace falta un superhombre que tenga el poder de saber que vive?

Nietzsche habla de un superhombre, el cual personifica la ruptura de la mediocridad y del conformismo. Pero ese superhombre es humilde por el hecho de no aceptar la debilidad, una paradoja singular. Pero sentirnos débiles es lo que realmente nos causa miedo y este último es lo que nos obliga al comportamiento hostil.

A su vez, este comportamiento necesita imponerse. Se podría obtener la ecuación: «debilidad [imbecilidad] = soberbia».

Ahora bien, si la ecuación nos estimula a participar, activa o pasivamente, en las barbaries que pasan ante nuestros ojos, mejor será abrir el ojo de la consciencia. Porque no vas a irte a vivir con los búfalos o los aborígenes, por acaso no querer vivir en una civilización que no es civilizada. Lo único que hay que hacer es comprobar que fuera del territorio neuronal de cada persona, existe algo más. Eso es lo mismo que decir evolucionar.

Evolucionar significa superar etapas, de las cuales comienzas a ser consciente. Pero, ¿acaso es eso lo que hacemos? No. Lo que el hombre hace es quemar etapas con el carburante de la mediocridad, la vulgaridad y la escalofriante inconsciencia de sí mismo. Así que, o superamos etapas o estaremos perdidos… en un mundo insensato, y sin saber lo que está pasando. Ah, pero es un mundo serio. Aunque a algunos nos dé verdadera risa. Lo que no da tanta risa es comprobar que nuestro mundo interior sea idéntico al exterior.

A tenor de lo que antecede, debemos tener cuidado con la seriedad, pues uno es serio si sigue la línea de lo preconcebido, lo que nos lleva a que la mediocridad sea tan seria como es su repetición. Y harto visible es que los seres humanos sean tan patéticamente previsibles como adultos, al contrario que los niños, quienes son imprevisibles. Nunca sabes por dónde van a salir, te sorprenden con su espontaneidad y la sonrisa en la boca, con sus jugarretas, pero es que eso facilita mucho el aprendizaje; y sin duda que en eso estamos, aunque habrá que cambiar drásticamente y abandonar ciertas trabas, incluso convicciones como la de que los demás tengan que hacer lo que uno ha de hacer por sí mismo.

Esta es una forma de vivir, pero el hecho de delegar el bienestar en los demás, sea en la pareja, la empresa, el personal sanitario, social, estatal, religioso, etc., nos disocia de toda responsabilidad.

Uno está predispuesto para una felicidad organizada en una dorada mediocridad (aurea mediocritas), tanto que ha olvidado hacer algo por sí mismo.

Lo que hace, pues, se limita a la supervivencia, a los negocios y a la diversión.
El drama sobreviene cuando las circunstancias rompen el envoltorio en el que uno se sentía felizmente protegido. Enloquece de impotencia, descubriendo que su vida no ha sido más que una parodia. La del hombre feliz que acaba siendo un desdichado. La felicidad organizada le ha fallado.
La respuesta a ¿cómo ser feliz? ya no es tan obvia…
(Extracto del libro: “Un dios en el bolsillo)

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