viernes, 11 de febrero de 2011

El poder de nuestro estado

Cuando se habla de fe, normalmente pensamos en credos o doctrinas, y eso es lo que efectivamente son muchas creencias. Pero, en un sentido más esencial, es fe cualquier principio, guía, aforismo, convicción o pasión que pueda suministrar sentido y orientación en la vida. Los estímulos que se no ofrecen son innumerables. Las creencias son los filtro predispuestos, organizados, de nuestra percepción del mundo. Las creencias son como los gobernadores del cerebro, coherentemente juzgamos cierta una cosa, es como si transmitiéramos al cerebro una orden acerca de cómo debe representarse lo que sucede.
Utilizadas apropiadamente, las creencias pueden ser la fuerza más poderosa para hacer el bien en la vida; por el contrario, las creencias que ponen límites a nuestras acciones y pensamientos pueden ser tan devastadoras como negativas. A través de la historia, la religión ha inspirado a millones de personas y les ha dado fuerzas para hacer cosas que nunca hubiesen creído realizables. La fe nos ayuda a obtener de nosotros mismos los recursos más profundos, y a dirigirlos en sentido favorable al objetivo buscado.
Las creencias son la brújula y los mapas que nos guían hacia nuestros objetivos y nos inspiran la confianza en que sabremos alcanzarlos. Con unas creencias firmes que sirvan de guía, uno se ve capaz de emprender la acción y de dar forma al mundo en que desea vivir. La fe ayuda a ver lo que uno quiere y confiere energías que ayudan a obtenerlo.
En realidad, ninguna otra fuerza rectora del comportamiento humano resulta tan poderosa. La historia de la humanidad es, en esencia, la historia de las creencias humanas.
  Los individuos que han dejado huella en la son los que cambiaron nuestras creencias. Para modificar nuestro comportamiento hemos de empezar por nuestras propias creencias. Si deseamos modelar la excelencia, tendremos que aprender a modelar las creencias de quienes la alcanzaron.
Cuanto más vamos sabiendo sobre el comportamiento humano, más apreciamos el extraordinario poder de las creencias en nuestra vida. En muchos sentidos ese poder desafía los modelos lógicos que tenemos muchos de nosotros. Pero es evidente que las creencias (representaciones internas congruentes) controlan la realidad incluso al nivel fisiológico. 
Si usted cree en el triunfo tiene mucho camino recorrido para alcanzarlo; si cree en el fracaso, esos mensajes le llevarán sin duda a tal experiencia. Recuerde que usted tiene razón tanto si dice que puede como si dice que no puede. Ambas convicciones tienen una gran potencia. 
El nacimiento de la excelencia empieza cuando nos damos cuenta de que nuestras creencias son una opción. Normalmente no nos damos cuenta de ello, pero es un hecho que una creencia puede ser elegida conscientemente. Podemos elegir que nos limiten o las que nos estimulen.
Si pretendemos modelar las creencias que fomentan la excelencia, necesitamos saber ante todo como se originan las mismas.
La primera fuente es el ambiente que nos rodea. 
En él es donde se produce de la manera más inexorable el ciclo según el cual el éxito llama al éxito y el fracaso incuba el fracaso. El horror verdadero de la vida en los guetos no está en las frustraciones ni en las privaciones cotidianas. El ser humano es capaz de superar esos factores negativos. La pesadilla está en cómo afecta el medio –el ambiente – a las creencias y a los sueños. Si no se contempla más que fracasos y desesperación, muy difícil llegar a formar las representaciones internas que fomentan el triunfo. Cuando se crece rodeado de riquezas y éxitos, es fácil modelar la riqueza y el éxito; si se crece en medio de la pobreza y la falta de perspectivas, sus modelos difícilmente contendrán otras posibilidades.
El medio, el ambiente en que uno vive, puede ser el origen más poderoso de las creencias, pero no el único. Pues, si así fuese, viviríamos en un mundo estático, donde los hijos de los ricos no conocerían sino la prosperidad y los hijos de los pobres no se elevarían jamás por encima de su condición.
Existen otras experiencias y otras maneras de aprender que también pueden servir de incubadoras para la fe. 
Los acontecimientos, grandes o pequeños, pueden dar forma a las creencias. 
En la vida de toda persona hay acontecimientos inolvidables. Muchos hemos experimentado vicisitudes que no olvidaremos nunca, situaciones que nos causaron tal impresión que permanecerán grabadas para siempre en nuestro cerebro. De esta especie son las experiencias que informan las creencias capaces de cambiar nuestra vida.
La tercera manera de fomentar las creencias es a través del conocimiento. 
Una experiencia directa es una forma de conocimiento. Otra manera de obtenerlo es por medio de la lectura, o de las películas, es decir ver el mundo tal como lo han reflejado otras personas. El conocimiento es una de las grandes vías que permiten romperlas trabas de un ambiente limitado. Por triste que sea el mundo en que uno vive, al leer sobre los triunfos de otros puede despertársele la fe que permita triunfar. 
La cuarta manera en que se crean resultados es a través nuestros resultados anteriores. 
El método más seguro de suscitar dentro de uno mismo la fe en la propia capacidad para hacer algo es haberlo hecho antes, aunque sólo haya sido una vez. Sólo con que se triunfe una vez, resulta mucho más fácil consolidar la creencia de que uno podrá repetir ese triunfo. Pero cuando las personas se han visto capaces de hacerlo una o dos veces, quedan convencidos para siempre de que no se trata de un imposible. Se ha de tener fe en que se puede, y ello se convierte en otra «profecía que se cumple a sí misma.
La quinta manera de establecer creencias consiste en representarse mentalmente la experiencia futura como si ya se hubiese realizado. Lo mismo que las experiencias pasadas pueden cambiar las representaciones internas y, por tanto, lo consideramos posible, también puede servir para ello la experiencia imaginada sobre cómo deseamos que sean las cosas futuras. A esto lo llamo experimentar los resultados por anticipado. Cuando los resultados que uno ve a su alrededor no fomentan un estado potenciador de los propios recursos y de la eficacia, basta imaginar simplemente el mundo tal como uno querría que fuese y ponerse en esa experiencia, con lo que cambian los estados, las creencias y las acciones.
Todos ésos son procedimientos para movilizar la fe. Muchos de nosotros formamos nuestras creencias al azar. Sin embargo, usted no es una hoja marchita arrastrada por el viento. Usted puede controlar sus creencias y también la manera en que quiera modelar a otros. Puede dirigir conscientemente su vida y cambiar.

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