viernes, 4 de noviembre de 2011

Los placeres de vivir solo

Una nota en una revista dominical da cuenta del apetito que despiertan entre los amos del consumo las personas que viven solas y que tienen más de los consabidos 30 o los plausibles
Parece ser que los muchachos y muchachas que no se han apegado a la tradición matrimonial y han dejado para un momento adecuado la pulsión paterna, tienen más tendencia a “consentirse” que aquellas compelidas a hacer cenas y meriendas, pagar colegiaturas y/o vigilar que el príncipe o la princesa consorte no se fuguen con un vecino de moral más laxa.
Consentirse, en nuestras sociedades, equivale a comprar por impulso o con planificación esos objetos vedados para los seres cargados de responsabilidades familiares.
Los vinos finos, los viajes exóticos, los aparatos electrónicos o domésticosque no son lavadoras o refris, brillan como un faro en el horizonte de los solterones para quienes van dirigidas las publicidades más costosas y sesudas.
La noticia es para ponernos al menos tristes o desesperados. ¿Tuvimos que quedarnos solos para aprender a ser un poco más felices?
¿O tuvimos que aprender a estar sin compañía para descubrir los entresijos gozosos que vienen incorporados al kit de la existencia humana?
La vida misma debería ser un acto pleno de consentimiento. Con el ejercicio cotidiano de levantarnos de la cama, respirar, lavarnos los dientes y decir buenos días, tendríamos que obligarnos a rezar un salmo que aleje de nuestro lado las obligaciones. Nada a lo que estemos obligados puede justificar con menos tino el hecho de estar vivos.
Sin embargo, nacimos con el deber ser grabado a fuego en carnes y neuronas, como si la ruta de la existencia humana estuviera previsiblemente tapizada de clavos encendidos.
La rebeldía exasperada de quienes se niegan a aceptar sin pelea la definición de“valle de lágrimas” aplicada al tránsito de la especie, es sin embargo la mejor demostración de que no nos merecemos caer en peligro de extinción. Todo está en el cereal mañanero. Junto con el desayuno deberíamos a darle a nuestros hijos apuntes para la alegría, pequeños tips indicadores por medio de los cuales celebrar cada minuto de vida que nos toca.
Consentirse debería ser la norma y no la excepción. Hacer lo que se nos canta y cantar por todo lo que hacemos, los tonos con que enfrentar el desafío diario de permanecer valientes y por qué no primitivos ante nuestra circunstancia. De otro modo, seguiremos atrapados en ese mandato injusto de “Mama, hazme grande, que feliz me hago solo”.

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