lunes, 23 de julio de 2012

Barriendo.


Cuentan que un hombre mayor que había recorrido años y kilómetros en la búsqueda del camino espiritual, topó un día con un monasterio perdido en las sierras. Al llegar alli, tocó a la puerta y pidió a los monjes que le permitieran quedarse a vivir en ese lugar para recibir enseñanzas espirituales.

El hombre era muy poco ilustrado, analfabeta, y los monjes se dieron cuenta de que ni siquiera podría leer los textos sagrados, pero al verlo tan motivado decidieron aceptarlo. Comenzaron a darle tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales. “Te encargarás de barrer el claustro todos los días“, fue la orden que le dieron.

El hombre estaba feliz, ya que pensó que podría reconfortarse con el silencio reinante en el lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.

Pasaron los meses, y en el rostro del anciano comenzaron a dibujarse rasgos más serenos, estaba más contento, con una expresión luminosa en el rostro y mucha calma. Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable.

Un día le preguntaron: “¿Puedes decirnos qué práctica sigues para hallar sosiego y tener tanta paz interior?”, a lo que el hombre respondió: Nada en especial.

Todos los días, con mucho amor, (siguió diciendo) barro el patio lo mejor que puedo. Y al hacerlo, también siento que estoy barriendo de mí todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino totalmente la suciedad de mi alma”.

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