sábado, 8 de agosto de 2009

-Hola, ¿cómo estás? -Mal, ¿y tú?

En la mayor parte de los países la forma de saludo más corriente es “¿Cómo estás?”.
Generalmente es una pregunta tópica, que no exige una respuesta sincera.
Aunque nos duelan las tripas o estemos pasando por un verdadero infierno, siempre contestamos, “bien, ¿y tú?”
En algunos países del Caribe el saludo no es “¿cómo estás?”, sino “¿cómo te sientes?”. La primera vez que lo escuché hace años me impactó, porque pensé que realmente esa persona estaba interesada en cómo me sentía. Después me di cuenta de que es una forma de saludo habitual y que tampoco exige una respuesta sincera. Pero ese “¿cómo te sientes?” me hizo reflexionar sobre las oportunidades que tenemos los seres humanos de sincerarnos con nosotros mismos, de compartir nuestros sentimientos, de establecer una relación verdaderamente afectiva, pero que no aprovechamos porque sólo contestamos al saludo por compromiso, no contestamos a la profundidad de la pregunta, ni siquiera para nosotros mismos.
Durante un tiempo hice una experiencia.
Contesté con sinceridad a la pregunta “¿Cómo estás?”.—Estoy un poco triste.—Me siento hoy bastante solo—Hoy estoy muy contento—Estoy muy enfadado, muy cabreado.
La mayor parte de la gente se queda estupefacta ante la sinceridad. Ellos no estaban preguntando eso. No era más que una fórmula de cortesía. Algunos pocos, los verdaderos amigos, preguntan “¿te puedo ayudar?”, o “cuéntame, me gustará ayudarte”. Los demás se quedan pensando que estás un poco loco por contestar a algo tan personal que ellos no han preguntado, y tratan de desviar la conversación hacia temas neutros.
Pero lo realmente importante de la pregunta “¿cómo estás?” o “¿cómo te sientes?” es la posibilidad de ser consciente de cómo realmente te sientes.
Cuando alguien me pregunta “¿cómo estás?” o “¿cómo te sientes?”, si es amigo contesto con sinceridad. Si no es amigo contesto “bien, gracias, ¿y tú?”, pero internamente me pregunto a mi mismo “¿cómo estoy, cómo me siento?”
Este recordatorio me hace ser consciente de mis sentimientos y me permite cambiar esos sentimientos si no son adecuados. Si estoy enfadado, me hace ser consciente de que estoy enfadado y me obliga a analizar si merece la pena seguir enfadado o cambiar mi forma de ver el problema. Si estoy contento me hace ser consciente de que estoy contento y puedo disfrutar el doble. Pero en cualquier caso me exige observarme, investigarme y averiguar sobre mi estado de ánimo en ese momento. Me hace ser testigo de mis propios sentimientos.
La próxima vez que te saluden con un "¿cómo estás?", considera tu respuesta. El resto de tu vida depende de ello.

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