viernes, 12 de agosto de 2011

La imagen de la vejez en una sociedad de cambio

La imagen que la sociedad post-industrial nos brinda de la vejez es una imagen distorsionada. Se entiende ésta como la copia que un sujeto posee de un objeto externo. Pero el contraste entre la riqueza desbordante de la realidad y la pobreza esencial de las imágenes es evidente. No sólo esta imagen encarna estereotipos ya caducos sino que desnaturaliza la realidad de la vida en la que se sustenta.
En efecto, el racionalismo y el positivismo elaboraron a través de los tiempos por razones diversas una imagen de la vida humanan con insuficiente fundamento. De acuerdo con este esquema, hay una vida preliminar, que no es propiamente vida, sino juventud. Y hay otra etapa, igualmente marginal, que más que vida sería una preparación para la muerte. La vejez sería la época de supervivencia histórica, y en cuanto tal, fuera de la vida. Entre ambas tendríamos la vida por antonomasia, la etapa de predominio, de gestión y mando. Los hombres de esta etapa están en el poder en todos los órdenes de la vida.
Pero la realidad radical de la vida no admite adjetivaciones, ni rangos, ni compartimentos estancos. El método histórico de las generaciones no deja de ser puras estructuraciones metafísicas. Los criterios positivistas que dan rango a la vida en función de su utilidad y productividad olvidan que es el ser de la persona el que fundamenta todos sus actos, como las dimensiones biológica, psicológica y social de la existencia humana. Es verdad que la vida es temporal y sucesiva, el hombre va siendo esto y lo otro, pero no somos prisioneros del tiempo; el hombre lo trasciende a través de su espíritu creador.
No se puede, pues, salvar la imagen de los mayores postulando para ellos actividades que ya no le corresponden. Los antiguos dividían la vida en dos zonas: el "otium" que no es la negación del hacer sino el ocuparse en lo verdaderamente humano y el "necotium" para satisfacer las necesidades elementales, de inferior rango.
Reinvindiquemos el papel que nos corresponde desempeñar: todo aquello que refuerza nuestra actividad especulativa y la dignidad intrínseca de la persona, los valores de serenidad, moderación, equilibrio, solidaridad y experiencia, no sólo para nosotros sino para toda la sociedad. Alguien tendrá que defender en nuestra sociedad burguesa los valores supremos de la verdad, el bien y la belleza. Es desde esta atalaya del proyecto vital para todo ser humano durante la vejez como podemos exigir la plenitud jurídica de derechos y obligaciones. La inteligencia no se jubila.

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