miércoles, 9 de marzo de 2011

El temor a la verdad

Aunque así lo parezca, no todos tienen interés o apego por la verdad. Muchos temen darse por enterados de situaciones de salud, decírselo a la pareja, y optan por la evasión o la negación para protegerse de lo que suponen los lastimaría. ¿Es una buena estrategia huir de la verdad? ¿Es necesario afrontar los hechos a pesar de sus consecuencias? siga leyendo.
Uno de los requisitos para lograr los objetivos que nos planteamos, es sin lugar a dudas, tener realismo. Mirar las cosas como son y superar la tendencia al autoengaño, resulta crucial para abordar exitosamente el día a día. Muchas personas, sin embargo, optan por voltear la cara y se niegan a hacer contacto con aquellos hechos que valoran como estresantes o que les parecen discordantes con su mapa de creencias y valores.
Podría decirse que nos engañamos con los objetos, con la muerte, con el amor de otros, con los negocios y con muchas cosas más, pues no nos gustan las verdades que nos confrontan con nuestras inconsistencias y nos obligan a revisarnos y cambiar. Nos auto-engañamos permanentemente como niños, con la ilusión de que los hechos desaparecerán y no nos afectarán, pues tal y como indica un refrán popular: “la verdad duele”. Por fortuna, hay otra visión al respecto y por ejemplo la Biblia nos recuerda que “la verdad nos hará libres”, lo cual nos invita a considerar que a pesar de las incomodidades que puedan producir, algunas verdades nos conducen a la liberación y la madurez.
El origen de esta tendencia evasiva es tanto biológica como cultural. En su libro “El punto ciego”, Daniel Goleman señala que nuestro cerebro está naturalmente configurado para evadir lo que nos incomoda, y que existe una relación entre atención y ansiedad, de forma tal, que cuando alguna situación choca con nuestros esquemas personales, el propio organismo tiende de manera no consciente a evitarnos el mal trance. Señala Goleman que hay cosas de las cuales evitamos darnos cuenta, que tendemos a ocultar ciertos hechos o nos encargamos de atribuirles un significado diferente, para negar o reducir el nivel de amenaza. Elegimos reducir los niveles de atención, pues la atención es la puerta de entrada de la experiencia. Aquello a lo que no se le presta atención, no existe para nosotros como experiencia. Creamos así, puntos ciegos de atención y experiencia, para no ver, no escuchar no saber, no darnos cuenta y, por consiguiente, no sufrir. Estos puntos ciegos evasivos, son muy frecuentes en personas de tendencia sensibles.
Culturalmente también se estimula el engaño. Muchos padres engañan a sus hijos, muchas parejas se engañan mutuamente, muchos vendedores engañan a sus clientes, y muchos medios de comunicación deforman los hechos a favor de sus intereses. Además, en cuanto a nuestra imagen social, la mayoría de las personas muestran lo que no son. Así, mentir es una costumbre añeja adquirida por vía cultural. Nos auto-engañamos y nos engañamos entre nosotros. Por supuesto, los resultados de esta situación no pueden ser beneficiosos.
Las consecuencias del autoengaño, de temer a la verdad, de renunciar a mirar los hechos, suele costarnos un alto precio. En la salud, negarse a ir al médico o a atender una determinada sintomatología, puede hacer que una enfermedad que podía ser tratada oportuna y exitosamente, se complique por obra de la negación (“a mi no me pasa nada”).
Asimismo, negarse a ver los indicadores de riesgo en una posible pareja de tendencia violenta, adictiva o irresponsable, puede permitir que nos hundamos en vínculos generadores de altos niveles de conflictividad y malestar emocional. En los negocios podemos caer en un abismo económico y terminar “quebrados”, si nos empeñamos en no atender a las muestras de que algo anda mal o que una cierta decisión sería inconveniente.
La puerta de salida de esta situación es la consciencia voluntaria: querer darnos cuenta para superarnos y vivir mejor, asumir la responsabilidad por lo que es, por lo que existe y por lo que pensamos, sentimos y hacemos. Escuchar verdades, aceptar críticas, afrontar los errores y sus consecuencias revela madurez. Ser adulto significa, en buena medida, comprender que no todo será placentero, o conveniente, que nos queda muchos por aprender, que es normal errar o elegir de forma desacertada, y que no somos un producto terminado, sino en permanente reconfiguración y perfeccionamiento. Esta es la ruta hacia la autenticidad y el bienestar. El que hace lo que debe, logra lo que quiere.

Enfrentemos y venzamos el temor a la verdad.

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