jueves, 10 de marzo de 2011

Las “otras Curies” del pasado

Pocos saben que el poeta romántico Lord Byron tuvo una hija que fue pionera de los ordenadores en el siglo XIX. Ada Byron colaboró con Babbage en la Máquina Analítica y soñó un gran futuro para estos ingenios, como así ocurrió.
Y pocos conocen que la fisión nuclear que cambió el rumbo de la historia la descubrió una física austriaca nacida en la Viena imperial, Lise Meitner, descubrimiento que mereció el premio Nobel, pero que no fue para Lise sino para su colaborador, Otto Hahn, que negó su participación, primero por la inconveniencia de que era judía y después para no compartirlo con ella.
Sobre las grandes científicas y sus descubrimientos se ha producido una especie de “amnesia histórica”. O peor aún; sus hallazgos aparecen a veces con la firma de sus colegas, que se los apropiaron. Sin embargo, a lo largo de los siglos, han sido muchas las investigadoras que hicieron descubrimientos notables, incluso algunos que cambiaron el rumbo de la humanidad, aunque son casi unas perfectas desconocidas.
La única excepción es Marie Curie, a la que quizá hoy no conoceríamos si no fuera porque su esposo Pierre se negó en redondo a recibir él sólo el premio Nobel por el descubrimiento del radio y de la radiactividad, fruto de la tesis doctoral de Marie, en la que ambos trabajaron. La física polaca también descubrió el polonio, elemento químico que saltó hace poco a la actualidad por el asesinato del espía ruso Alexandr Litvinenko; altamente radiactivo y muy tóxico, el polonio es también millones de veces más venenoso, por peso, que el clásico cianuro de las novelas de Agata Christie.
Desde hace más de 4.000 años ya tenemos constancia de investigaciones hechas por científicas. De hecho estas han sido numerosas y muchas de ellas habían tenido vidas apasionantes, pues tomaron parte en las “movidas” científicas y culturales de su época.

Trótula de Salerno, María la Judía e Hildegarda de Bingen: algunas de las
primeras mujeres que dejaron huella en los laboratorios de antaño.

La alquimista babilónica Tapputi-Belatekallim, de 1200 a. C., fue una de las primeras: fabricaba los perfumes y ungüentos del Palacio Real; y también alquimista fue en el siglo I María la Judía, inventora del “baño María” y del “negro maría” –sulfuro de plomo y cobre- y de interesante instrumental científico. La hija del emperador de Bizancio Alejo I, Ana Comneno, fue una experta en tecnología militar. Y también en la Edad Media, Hildegarda de Bingen, hija de un barón renano, fue una médica de gran prestigio, al igual que la italiana Trótula de Salerno; ambas practicaron la medicina con resultados magníficos y sus obras eran las más copiadas por sus colegas.
Hubo astrónomas tan geniales como Elisabeth Hevelius, del siglo XVII, y Caroline Herschel en Inglaterra, que descubrió cometas y nebulosas  -incluso el planeta Urano- junto con su hermano William; su gran telescopio tenía fascinado al rey, que los instaló en la corte para compaginar la investigación con el culto entretenimiento suyo y de sus invitados.
No hay que olvidar a la física británica Rosalind Franklin, que fotografió por primera vez con rayos X el ADN, la famosa molécula de la vida, foto con la que Watson y Crick tuvieron la evidencia de su estructura en forma de escalera de caracol y se llevaron el Nobel.

Portada de Las damas del laboratorio, recientemente publicado por Mª José Casado en Debate.
La lista de científicas  del pasado es larguísima. En mi libro Las damas del laboratorio, de editorial Debate, que prologa Margarita Salas, he querido dejar constancia de gran parte de ellas y destacar muy especialmente a las más interesantes, rescatando tanto sus aportaciones científicas como sus vidas mismas, en muchos casos extraordinarias.

La primera de ellas es Hipatia de Alejandría, una egipcia del siglo IV que fue un auténtico crack en su época. Sabia, matemática y astrónoma de gran carisma y atractivo personal, era un personaje público que concentraba a la gente delante de su casa simplemente esperando un saludo. Tuvo la suerte de nacer en una ciudad privilegiada, no sólo por el Faro de Alejandría, una de las maravillas del mundo antiguo, sino también por su mítica Biblioteca que guardaba todo el saber universal, y la que creó el Museo, el primer centro de investigación científica internacional por donde pasaron Euclides, Hiparco, Tolomeo o Arquímedes. Hoy estaríamos seguramente más retrasados sin las obras de Hipatia, pues comentó y nos legó los conocimientos de los grandes sabios de la antigüedad: desde Euclides y Tolomeo al enrevesado matemático Diofanto. Tanta grandeza acabó con su asesinato despiadado.

Émilie de Châtelet
Una vida también muy brillante e incluso galante tuvo Émilie de Châtelet, la que fue amante de Voltaire. Esta marquesa del siglo XVIII era una dama de la corte de Versalles que tenía su propio salón donde se reunía el todo París. En los salones de la Ilustración parisina, intelectuales, ministros, aristócratas y hacían y deshacían gobiernos y promocionaban a los jóvenes intelectuales y científicos. Émilie era una  ferviente mujer de ciencia que, además de escribir varias obras -estudios sobre Leibniz, el fuego, la felicidad...-, tradujo al francés la obra capital de física de Newton, los “Principia Mathemática”, con la teoría de la gravitación universal que explicaba desde por qué cae una manzana hasta por qué giran los planetas alrededor del Sol; y eso venciendo la inercia de sus paisanos, poco entusiastas con lo foráneo y más fieles a su chauvinismo y a la figura de Descartes.
Pocos años después en las islas británicas vivió Mary Somerville, que aunque era una mujer de su casa y con hijos tuvo una vida muy poco corriente. Tras enviudar muy joven, se dedicó al estudio de las ciencias y con el apoyo de su segundo marido se convirtió en una prestigiosa astrónoma y geógrafa, cuyos libros se estudiaron las universidades y la hicieron muy famosa. Su “Geografía general” compitió lomo con lomo con el famoso “Cosmos” de Alexander Humboldt
Mary Somerville fue el modelo de Ada Byron, y quien le animaría a seguir por el camino de las matemáticas, lo cual la hija del poeta romántico hizo con éxito y también con algún fracaso, pues el intento de Ada de aplicar las matemáticas a las apuestas en las carreras de caballos le llevó a la ruina.

Sonia Kovalevskaia
Una de las científicas de vida más aventurera fue la matemática rusa Sonia Kovalevskaia, que incluso participó en la famosa Comuna de París a mitad del siglo XIX. Cuando era una adolescente se enamoró del escritor Dovstoieski, pero su pasión fueron las matemáticas, para las que tenía una mente  privilegiada. Se casó por conveniencia con un nihilista para estudiar en Alemania y no sólo consiguió estudiar con el famoso profesor Weiestrass, sino que logró ser la primera doctora en Matemáticas del mundo y profesora de la universidad de Estocolmo. Es la autora  del “Teorema Cauchy-Kovalevskaia” y de otros trabajos astronómicos con los que mejoró las observaciones de Laplace sobre los anillos de Saturno. Recibió en París el famoso premio Bordin de la Academia de Ciencias de Francia por su investigación sobre la rotación de un cuerpo sólido. También fue colaboradora y amiga del gran matemático Mittag-Leffler, al igual que de Alfred Nobel, en quien tenía, además, un admirador.

Rosalind Franklin
Lise Meitner fue protagonista de la gran revolución de la física de principios del siglo XX. Ayudante del Nobel Max Planck y colega de Einstein, descubrió el protactinio con Otto Hahn, quien más tarde se apropiaría de la autoría del descubrimiento de la fisión nuclear para obtener el Nobel. Paseando por la nieve en Suecia y después de muchos años de investigación, Lise tuvo la evidencia de que el núcleo de uranio bombardeado con neutrones se había roto en uno de boro y otro de cripton, liberando una gran cantidad de energía. La noticia corrió como la pólvora a EE UU, donde se consiguió la reacción en cadena y se puso en marcha el proyecto Manhattan.

La física Rosalind Franklin, nacida en una familia de banqueros anglojudíos fue quien tomó con la novedosa técnica de difracción rayos X la famosa foto 51 del ADN, que entregaron sin su consentimiento a sus competidores de Cambridge Watson y Crick; lograrían pasar a la historia y obtener Nobel por el descubrimiento de la estructura del ADN. Más tarde, en su libro “La doble hélice” Watson no sólo no reconoció la participación fundamental de Rosalind sino que la convirtió en un oscuro personajillo del King College.
Mary Leakey, la arqueóloga y esposa del conocido antropólogo Louis Leakey, además de hallar el zinjantropus junto con su marido, descubrió una vez viuda las famosas “pisadas de Laetoli”, evidencia de que los homínidos ya caminaban erguidos hace 3,8 millones de años.

Luis y Mary Leakey, autores de importantes
decubrimientos arqueológicos.

En España sólo dos científicas han dejado alguna huella en nuestro pasado científico: la matemática de Zaragoza del siglo XVIII Maria Andrea Casamayor y la astrónoma del Califato de Córdoba Fátima de Madrid, que escribió algunas obras con sus observaciones del cielo.
Todas estas grandes científicas surgieron por voluntad propia y sin que nadie contara con ellas; incluso a pesar de una sociedad misógina que las hizo invisibles. Hoy es el momento de que recuperen su presencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario