domingo, 6 de marzo de 2011

Ser padres: un privilegio que hay que saber apreciar

¿Quién de nosotros no tiene algún problema, más o menos serio, con sus hijos? Algunos son conscientes de ello pero solo se preocupan. Afortunadamente, muchos se preocupan y se ocupan. Otros lo saben pero se excusan y se engañan: es más cómodo. Otros creen que lo están haciendo estupendamente bien y ni se imaginan con lo que se encontrarán dentro de unos pocos años...

Ahora que somos padres sabemos lo difícil que puede ser educar a nuestros hijos y hacer de ellos .una obra de arte., llegar a sacar de ellos lo mejor para que puedan llegar a ser felices y hacer felices a los demás.
Es difícil, es cierto. Nacen llenando de alegría y esperanzas nuestras vidas. Durante la espera y los primeros años creamos grandes expectativas sobre ellos; las llenamos de optimismo y arrancamos nuestra carrera de
padres con el depósito lleno. Con el tiempo y las decepciones, el depósito (que debería durar tooooda la vida) se va agotando hasta que en alguna ocasión debemos bajar del coche y empujar.   
               
Faltas de respeto, suspensos, manipulaciones, silencios, quejas de los profesores, elección de malos amigos, drogas, mentiras, desafíos, enfermedades físicas y psíquicas. Acompañarlos durante toda su andadura puede llegar a hacernos perder el aliento. Nos quedamos sin energía, a veces sin esperanzas, y estamos tentados de .tirar la toalla. y que hagan de sus vidas .lo que quieran..
Pero haced un stop. Pararos a pensar por un momento las cosas buenas, ¡estupendas y maravillosas! con que nos regalan nuestros hijos cada día. Si hacemos balance, sin duda ganan los momentos buenos. Desafortunadamente, nos pesan más los aspectos negativos. Cuando nos dicen ¡mamá, es que solo me dices las cosas malas! tienen toda la razón.

Haz la siguiente reflexión (un poco dura pero muy impactante): ¿Cómo sería tu vida si se muriera tu
hijo hoy mismo? ¿Si mañana te levantaras y tu hijo ya no existiera? ¿Te das cuenta lo valiosa que es su presencia? ¿No te parecería ridículo entonces haberte enfadado tanto con él por dejarse la comida o por suspender cuatro asignaturas? La vida pasa muy rápido. Y es frágil. Para ellos y para ti.
Educar y hacerles caminar por el trayecto que creemos es el mejor para ellos, con las dificultades que ello implica, no es incompatible con amarlos con serenidad, apreciando lo valioso que tienen nuestros hijos solo por el mero hecho de existir.

Cada momento del día deberíamos dar gracias porque están
VIVOS, porque son nuestros hijos y porque son como son. Con sus problemas, con sus miserias, con sus limitaciones. Son nuestros hijos, seres humanos en formación, con apenas 3, 5 ó 16 años de experiencia por la vida. Hace nada estaban en tu vientre (o en el vientre de tu mujer). Ellos son lo más importante de tu vida y lo que da sentido a todo lo demás. Exígeles, delimita sus pasos, ríñeles si es necesario y hazles cumplir con las consecuencias de sus actos pero no te olvides cada día de dar gracias por poderlos abrazar.
Tres consejos para cada día
  • Abraza cada día a tu hijo como si fuera el último día de su vida. Emociónalo. Haz que tu abrazo signifique algo para él.
  • No te acuestes nunca sin decirle lo mucho que lo quieres y lo feliz que te hace. Aunque estés enfado con él, díselo de todas formas: el enfado no es incompatible con el amor. Haz que se duerma sintiéndose querido y especial.
  • Hazle sentirse orgulloso de sí mismo, aunque no sea un hijo perfecto. Cada día comete errores pero también aciertos. Recuérdale cada noche al acostarse tres cosas que ha hecho perfectamente bien durante el día: levantarse sonriendo, abrazarte al despedirse, llenar de agua su vaso, colocar la mochila en su sitio. Hijos perfectos no los hay pero podemos conseguir que también ellos se sientan orgullosos de ser como son.
No es demasiado trabajo. De hecho, debería ser un placer poder realizar cada día estos tres puntos. Da igual que tu hijo sea un bebé, un niño o un adolescente. Incorpora esta rutina en tu dinámica familiar y no la abandones hasta el día que tus hijos salgan de casa. Y entonces, aún así, cada vez que los veas, abrázalos de tal manera que se lleguen a emocionar.

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