jueves, 24 de marzo de 2011

La felicidad, ¿existe?

¿Qué es la felicidad?
Pregunta difícil, si la hay, por lo abstracto del concepto y lo personal de su significado, que le ha dado de comer a infinidad de pensadores, sin que se haya agotado el interés por responderla.
Ya decía Pascal, sin retroceder mucho en el tiempo, que “El hombre desea ser feliz, existe sólo para ser feliz y no puede desear no ser feliz”. Mucho más recientemente, y sólo por nombrar a alguien, el Dalai Lama, referente de un pensamiento distinto al occidental, ha asegurado que “el propósito de nuestra existencia es la búsqueda de la felicidad”, mientras en otro extremo del pensamiento, E. F. Schumacher, autor del libro “Guía para los perplejos”, se pregunta ¿qué debemos hacer para ser felices?
Una pregunta que sin lugar a dudas admite una gran variedad de respuestas. Entre las muchas, relativamente actuales, me ha resultado particularmente interesante el enfoque del Dr. Martín Seligman, ex - presidente de la American Psychological Association, que ha liderado una verdadera revolución dentro del ámbito de la sicología, al fundar un movimiento llamado Sicología Positiva, centrado en el estudio de las emociones placenteras, el desarrollo de las virtudes y...¡ la búsqueda de la felicidad!
El interés de su propuesta estriba en que a diferencia del enfoque tradicional, que se centra en las patologías de la mente, “dirige su atención a las fortalezas humanas, a aquellos aspectos que nos permiten aprender, disfrutar, ser alegres, generosos, serenos, solidarios, optimistas”. Y sostiene, avalado por investigaciones de valor reconocido, que “la auténtica felicidad no sólo es posible, sino que –lejos de depender de la suerte y de los genes- puede cultivarse identificando y utilizando muchas de las fortalezas y rasgos que ya se poseen. Muy de acuerdo con la mirada del coaching, sostenida por Rafael Echeverría, según la cual “nuestras competencias e incompetencias conversacionales nos constituyen en el tipo de ser humano que somos y ello condiciona el tipo de vida que nos cabe esperar” y por qué no, la posibilidad de alcanzar o no la tan codiciada felicidad. 
Muy bonito, pero seguimos igual porque ...¿Qué es la felicidad?
Según aclara Schumacher, “la felicidad del hombre es elevarse, desarrollar sus facultades más elevadas, acceder al conocimiento más elevado y, si es posible, reconocerse en la divinidad. Si el hombre desciende, desarrolla sólo sus facultades más bajas, aquellas que comparte con los animales, entonces se hará profundamente infeliz, hasta el punto de la desesperanza.” Una visión jerárquica de la existencia que arrancaría en el peldaño menos evolucionado, la materia (mundo mineral), seguido por la vida (mundo vegetal), luego la conciencia (mundo animal), la auto - conciencia (mundo humano) y finalmente la súper-conciencia (el mundo divino), muy de acuerdo a lo que aprendimos de chicos en las clases de religión cristiana. Visión que concuerda con un enfoque muy reciente de Ken Wilber (“El proyecto Atman”) quién en la necesidad de inventar nuevos términos para explicar lo hasta ahora inexplicable, ha llamado “filosofía perenne”. El núcleo de su pensamiento sería que “los hombres y las mujeres (¿se fijó en el orden, ¿no? ) pueden crecer y desarrollarse hasta la “identidad suprema” punto en el que se tomarían de la mano con la divinidad”. Un hecho que ocurriría una vez alcanzado el peldaño más alto en la escala de la evolución personal: el del desarrollo espiritual.
Muy bonito, pero qué complicado, porque seguimos sin saber...¿Qué es la felicidad?
Volviendo al enfoque de la sicología positiva, según Martín Seligman pareciera que la felicidad se obtiene cuando llevamos una vida placentera que consistiría en “llenar la vida de todos los placeres posibles, y aprender una serie de métodos para saborearlos y disfrutarlos mejor”. Una vida buena, que consistiría en “conocer las propias virtudes y talentos y reconstruir la vida para ponerlos en práctica lo más posible. con lo cual conseguiríamos no una sonrisa sino la sensación de que el tiempo se para, en un estado de total absorción en lo que uno hace” . Lo que Daniel Goleman ha denominado como “estado de fluencia”. Y en el tercer nivel, una vida con sentido, que consistiría “ en poner nuestras virtudes y talentos al servicio de alguna causa que se sienta como más grande que nosotros, dotando de esta manera de sentido a toda nuestra vida”.
Esto parece mejor y más accesible, pero estamos igual, porque seguimos sin saber...¿Qué es la felicidad?
Yo no tengo la respuesta y ya desisto de buscarla, porque como alguien dijo...” tal vez sólo sea una posibilidad: la de entrar a la realidad con aceptación, con responsabilidad de lo que hace uno mismo respecto a lo que no puede cambiar y con poder interior para decidir qué hacer con eso, creando alternativas sanas a pesar de lo que ha pasado, y dejarse fluir... ¡permitiendo que la vida nos brinde sus dones!”

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