miércoles, 4 de mayo de 2011

Educar en el amor

El odio puede nacer de varias maneras. Un adulto empieza a odiar porque ha sufrido una injusticia o, en casos más graves, porque ha visto cómo asesinan a un familiar o a un amigo. Tal vez uno odia porque ha dejado crecer en su corazón una envidia, un desprecio indefinido y confuso hacia una persona o grupo. 
Otras veces el odio es el resultado de un cierto ambiente familiar o social. Algunos odian porque se les ha enseñado desde pequeños que otros (blancos o negros, chinos o rusos, cristianos, judíos o musulmanes) son, simplemente, "malos".  
Se aprende en casa 
La familia no sólo existe para promover la ayuda y el cariño entre los que forman parte de ella, sino para desarrollar entre los hijos una serie de virtudes que son fundamentales para la convivencia con los demás hombres y mujeres que viven en nuestro planeta. 
El comportamiento de mañana depende de lo que hoy cada hijo respira en medio de las caricias o de las discusiones de sus padres. 
El niño aprende a pensar en casa que los vecinos son amigos o son enemigos; que los niños y las niñas merecen el mismo respeto o si es mejor ser hombre que mujer (o al revés). 
También aprenden que hay que respetar o despreciar a los que son de religión distinta de la propia. A seguir las reglas de tráfico, respetar los juguetes que se encuentran en una tienda, ayudar a un anciano a cruzar la calle. 
Todo eso será posible si en su casa ven que sus padres les dan ejemplo y les enseñan las normas fundamentales de educación y de respeto. 
Lo mismo es para la escuela
 Para muchos niños la escuela es una oportunidad especial para convivir con otros pequeños. Si en la calle escogemos los amigos con los que vamos a jugar, en la escuela nos sentamos con otros compañeros que quizá pueden resultar antipáticos, pero con los que hay que estar durante varias horas al día. 
Aquí nace uno de los principales retos para los maestros: ayudar a todos los niños a tener un verdadero cariño para con los que viven junto a ellos, aunque tengan los ojos torcidos o tartamudeen cada vez que se les pregunta un problema más difícil de matemáticas. 
Una labor social 
Pero ni la familia ni la escuela son suficientes. Toda la sociedad tiene que organizarse de forma que los niños y los adolescentes (e incluso los adultos) vean que el respeto y el amor son lo más importante. 
Es cierto que el amor no puede ser mandado por la ley, pero también es verdad que sí puede exigir el respeto hacia tantos hombres y mujeres que, por desgracia, son víctimas de discriminaciones, injusticias o malos tratos. 
Por ejemplo las personas con alguna discapacidad. Se conocen casos de familias que cambian profundamente porque en ellas nació un niño que requiera atención especial. Gracias a él se crea una unión entre padres e hijos, entre los mismos hermanos, pues todos descubren en el más débil a alguien que pide amor y que enseña lo importante que es el cariño sin límites. 
Ocurre algo parecido en aquellas escuelas que admiten, por ejemplo, a niños con problemas de aprendizaje. Alrededor de ellos se crea un ambiente de cariño y de respeto que transforma la vida de todos los del salón. 
Por desgracia, no todos actúan de este modo, y no faltan los ejemplos negativos, incluso con aprobación de leyes escritas o de costumbres más o menos aceptadas en la vida social. 
Por ejemplo, hay sociedades que llevan a la cárcel a los que tienen una religión diferente de la que tienen los gobernantes, o que aceptan el trabajo, en condiciones de esclavitud, de miles de niños de familias pobres. 
En la actualidad 
El ser humano se horroriza por los actos terroristas, le duele ver a israelitas y palestinos luchando año tras años con un odio feroz. 
Llora por los cientos de miles de adultos y de niños asesinados en conflictos raciales, como los de Ruanda y Burundi, en África. Se lamenta por lo que ocurre más o menos lejos, fuera de sus ventanas. 
Pero resulta mucho más importante ver lo que se está haciendo por los hijos, lo que se enseña en las escuelas, lo que se aprueba en algunas leyes o comportamientos públicos. 
Mientras se espera que los políticos hagan su parte para promover una civilización del amor y del respeto, cada familia tiene un papel muy importante que puede ejercitar ahora mismo. 
Desde luego, es posible que incluso los mejores padres descubran un día que uno de sus hijos se ha convertido en un criminal. Pero esos casos serán excepcionales. 
Lo normal es que buenos hijos y buenos ciudadanos sean la continuación de una siembra de cariño que empezó en sus hogares y en sus escuelas. El ejemplo arrastra. Y podemos conseguir que arrastre a millones de niños hacia el bien y la justicia que deseamos. 
En busca de una solución 
— Evitar cualquier discusión de los papás frente a los hijos, para que nunca se escapen palabras o gestos que sean señal de poco amor. Los niños son muy receptivos, incluso cuando aún no saben hablar, de modo especial cuando son los papás quienes dan un ejemplo positivo o negativo. 
— Tratar a todos los hijos de la forma más justa posible. Esto no significa tratarlos a todos por igual (cada uno es diferente), pero sí que cada uno piense que es querido igual que sus hermanos. 
— Enseñar el arte del perdón. Es normal que se den peleas entre los hermanos, los papás tienen que dar ejemplo y enseñar a los hermanos a perdonarse entre sí. 
— Evitar cualquier comentario negativo contra grupos concretos de personas. Por ejemplo, no criticar a "los árabes", ni a "los gallegos", ni a "los indios". 
— Dar criterios ante las noticias de crímenes, terrorismo, guerras raciales, etcétera, para que los niños puedan distinguir, por ejemplo, entre el soldado que enloquecido asesina a unas personas en un bar, y los demás soldados de su batallón que pueden ser buenos o malos. En otras palabras: si un musulmán comete un acto de terrorismo no podemos despreciar en casa a todos los musulmanes. 
— Observar qué tipos de ejemplos se ofrecen a nuestros hijos en películas, caricaturas, juegos, etcétera. Muchas veces el odio inicia a partir de la sangre ficticia que aparece en un juego electrónico o por culpa de una película en la que todos los japoneses son pintados como enemigos de la humanidad.

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